T. S. Hidalgo: entre motivos barrocos por doquier


El toro y la plancha

Un toro está mal planchado:
asoman clarines y timbales.
Un toro está mal planchado,
mientras rugen los cristianos:
eternos herederos
del circo romano,
en un viernes calvo
como una raqueta.
Un toro está mal planchado, a las 5 de la tarde.
y otro, y otro, y otro, y otro, y
El último de los toros:
también está mal planchado,
por eso no entra al trapo:
pez de plomo zambulléndose
en un cielo color albero
al declinar sus ruedas,
tras dictar sentencia un pene de hojalata:
enésimo más bien sexto
cadáver a pilas de la tarde.



El perro y la flecha

Un perro
es mi perro,
y ve hacia mí una flecha:
parte raudo,
a través de las batas blancas,
alcanzando la flecha,
y ésta le esquiva a él,
y él esquiva la flecha
Un perro
es mi perro,
y persigue una flecha:
aguja de digno final
a un hombre de bien,
cuerpo de paz
y cruel campo
de horizontal exterminio
(deseado estoque
por el propio
toro salvaje,
que es la voz de su amo).
· Un perro
es mi perro,
y olvida una flecha,
regando con su cálido verbo
al tacto,
como un cuentagotas,
una dura meseta,
yerma:
la vida ajena,
humana y propia.
Mi perro
intuye lamentar una flecha,
y el perro es toda una vida,
y en ninguna vida
me convierte la flecha.
Mi amigo
persiguió una flecha,
y la flecha es bella.


Después de tantos años

Infancia, una infancia, una infancia.
Ha llegado la primavera.
Y después este circo.



incluso alucinante


Me acompaña un holograma.
Estamos en una discoteca:
se trata de la primera de carácter ecológico en Inglaterra:
es capaz de reciclar la energía
que producen los clientes al bailar
en electricidad,
funciona completamente a base de energías renovables
(hasta el agua reciclan)
y se llega al extremo de premiar con entradas gratis
la conducta medioambiental de los que lleguen allí
en bici, bus o a pie.
El holograma se ha quedado hablando con el dueño
en la brillante barra
(colorido a raudales entre motivos barrocos por doquier)
de la primera nave de la planta calle.
Cócteles orgánicos en vasos de poliuretano en su interior,
silencio como de diseño.
Conversaciones infinitas sobre el cambio climático
con una vagina parlante en la sala vip de la discoteca
en la segunda nave, a la que accedo solo,
tras volver de la planta sótano,
en la que estaban unos técnicos de sonido
y empleados de una firma de interiorismo,
y es entonces cuando me he tendido
a lo largo de un inmenso sofá rosa
hasta que ha hecho acto de presencia
la gigantesca vagina
-diría que de unos dos metros de alto-
preguntando no recuerdo por qué cosa
en vertical e intermitente pliegue labial
de considerables dimensiones,
en realidad un todo,
expeliendo significantes,
una luz cenital blanca cae sobre nosotros
en oblicuo al suelo, abarcándonos a ambos,
yo estoy casi fuera del virtual volumen lumínico,
que muestra más nítidos desde esta media distancia
los colores y brillos de la combada forma,
entonces me siento y dialogamos sin límite
acerca de sus consecuencias
(el llamado efecto invernadero),
tales como pérdida de biodiversidad
en las selvas tropicales,
incremento de las plagas
y enfermedades de transmisión vectorial,
aumento del nivel del mar
y en consecuencia pérdida de tierras fértiles en las costas,
condiciones agrícolas impredecibles,
mayor frecuencia de situaciones climáticas extremas
o dramáticos cambios
en la distribución y cantidad de alimentos marinos.
Multitud de datos y reflexiones,
razonamientos elongados,
encadenados, en ensamble,
por asociación de ideas.
No tanto en disección y al detalle,
superpuestos o solapados los menos,
pero nada de preguntas personales,
ni de pasos al frente.
Nos despedimos, no la he vuelto a ver.



holograma

Un holograma
se compró una puerta,
maciza, monoblock,
chapada en roble liso,
acabada con barniz natural poliform,
con herrajes de aluminio,
bisagras importadas,
de 1,10*2,40 m.,
estilo georgiano:
refinamiento y comodidad,
innovación rectangular,
densidad y volumen:
imprescindible
fuerte desembolso de energía
para su porte
(bordeando los límites de la épica,
un reto en sí misma).
La puerta no había de llevarlo lejos,
lo sé,
no había de conducirlo
a paraísos desconocidos,
recursos sin intoxicar,
sitios abandonados,
la puerta estaba ahí pero sin dirimir,
continente
pero no contenido,
la puerta no se extinguía,
no ahogaba,
no tenía sombras.
Con ella al hombro creó
su propio grupo de seguidores,
In hoc signo vinces,
Con este signo vencerás,
y lideró una procesión un tanto,
digamos, sui géneris,
ataviados todos en armonía.
A él y a sus escuderos
los vieron
con una firme devoción y creencia
en sus propias posibilidades
comenzar su travesía
en los Lagos de Covadonga,
de origen glaciar,
al que tomaron
como referencia de partida,
fecha futura a conmemorar
y punto cero
de todo lo demás,
bajar los doce kilómetros
hasta el santuario
en irregular pendiente,
pasar de camino al sur por Madrid
haciendo piña por delante
del Wanda Metropolitano,
del Pirulí y de Torre Picasso,
también por el Paseo del Pintor Rosales,
y por la Casa de Campo,
donde hicieron un alto en el camino,
alcohol y rumanas
-no somos de piedra-,
y, tras cruzar La Mancha,
por Despeñaperros,
donde, tras un largo recorrido,
y gracias al holograma,
Sumo Sacerdotísimo,
se encontraron todos
con Ganímedes Siglo XXXV,
no se sabe muy bien
por qué relación causa-efecto,
ni si realmente se produjo
dicha relación
o la misma fue necesaria,
pero el caso
es que se encontraron todos
con el tal Ganímedes,
feneciendo,
a modo de colofón de un camino
de límites predeterminados:
hasta que les llegó
ésta su hora de salto al vacío
en grupo,
viajaron
durante más de dos mil pájaros:
vivir es elegir, y elegir es acotar.



el cantante calvo

Aquella tarde yo me encontraba,
amenizando la sobremesa de los comensales,
en la terraza del Bar Restaurán
Las manos de Eduvigis,
en Hornachos, Badajoz,
subido en lo alto de la barra,
cantando La cabra
(quiero pensar que moviéndome
al compás de la estrofa
y al gusto de la mayoría).
Con medias blancas del Madrid,
que compré en la tienda oficial
de La Esquina del Bernabéu,
y un pantalón del chándal de la Legión
por toda indumentaria,
luciendo bíceps y tableta de chocolate.
Sujetaba un zapato marrón de rejillas, con borlas,
entre las manos,
tiritando levemente.
El local se encontraba casi lleno:
eran las fiestas patronales del pueblo.
Entró entonces al bar
un grupo bastante voluminoso
de cuadrilla de banderilleros,
perro,
y un par de agentes de la benemérita.
Los acompañaba el tonto del pueblo,
quien acto seguido fue a subirse, atemorizado
(ya había comenzado la Metamorfosis de masas:
algunos en una tez repentinamente tosca, gris, extraña):
testigo de excepción,
sobre el coche patrulla:
Todo por la patria.
Los de verde me instaron, tricornio en mano,
a bajar al suelo
(mentando, algo acalorados,
reiteradamente al Santísimo,
tras el tercer intento en vano),
al tiempo que insistían en colocarme
el par restante en el pie izquierdo.
Afeándome, por lo demás,
en todo momento la conducta.
Un tercero, de hecho el superior directo de ambos,
que permanecía allí desde el principio,
seguía haciendo impasible al sol y sombra
al fondo
(ya iba por la tercera copa balón,
en plena Metamorfosis de masas).
En un momento dado, el jefe de los de verde
aplacó a los suyos, y
(principio de obediencia debida… ),
acto seguido, y ya en un cara a cara,
fuimos implementando, sin problema, ideas,
a efectos de chupar cámara.
Me adelantó, él, en lo mediático,
tras subir al otro extremo de la misma barra,
recitando a Luis Alberto de Cuenca,
¿en lenguaje máquina?,
quizá,
así que decidí contraatacar
y virar definitivamente hacia mí
el centro de gravedad
en lo referente a la atención del grupo:
el sólo seguir cantando
no volvía a dar de sí lo esperado,
en plena Metamorfosis de masas,
por lo que, viva Bélgica,
y bebo Bélgica,
me vi viviendo décimas después
como un punk,
como los Sex Pistols:
una vida tóxica y rápida.
Esto es,
conduciendo al vent mi serpiente:
dejando mi gran huella
desde el estrado al auditorio
en singular parábola
de pendulante eje de partida,
riego por aspersión: lluvia dorada.
Quisiera llegaros gota a gota a todos.
Por fin le dieron la espalda:
ahora todos se dirigían a mí
sin salir de plano.
Pero entonces ya estábamos rodeados, ambos,
de Rinocerontes.
Ora pro nobis.

Tomás Sánchez Hidalgo (1973). Madrileño. Economista y MBA por el Instituto de Empresa.
Ha publicado Construction time again (Amargord, 2019).
También han salido colaboraciones suyas en revistas de EEUU, Brasil, Canadá, México, Argentina, Colombia, Chile, Puerto Rico, Venezuela, Nicaragua, Barbados, Islas Vírgenes, Alemania, Gran Bretaña, Italia, España, Turquía, Irlanda, Portugal, Rumanía, Nigeria, Sudáfrica, Zambia, Zimbabwe, Botswana, China, India, Singapur y Australia.

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