Yoandy Cabrera: Cartografía sintáctica de College Station



Libro de College Station de Pablo de Cuba Soria (Casa Vacía, 2016) es un ejercicio del lenguaje en que el autor consigue convertir el paisaje en sintaxis. El cuaderno es un aquelarre del pensamiento, una “combustión de signos”. De Cuba, como los mejores poetas helenísticos, convierte en thymós la ratio. El concepto se vuelve impulso timóticoen estas páginas. A partir de un discurso metapoético y cíclico, las palabras giran sobre sí mismas para desmembrarse y conseguir el rostro más extraño del entorno. “Tirones silábicos” en que los artículos se eliden y los pronombres enclíticos se liberan. Con estas “lagunas temporales, lentísimas, en círculo”, con sus “lagunas temporales de discurso en expansión” y entre tirones y coagulación, Pablo de Cuba ha conseguido “construir le, entonces, un alma a estos páramos”.

Superadas las primeras páginas del volumen, al atardecer, he salido a caminar por College Station. Desde Anderson y Southwest hasta Wallmart. De regreso he atravesado el parque Bee Creek bordeando el cementerio hasta llegar nuevamente a casa. Las luces de los coches, las anchas carreteras, el sonido del tren invisible de turno, los árboles, el pequeño arroyo que en tiempos de lluvia o de “chaparrón prosódico” muta hacia “la obesidad de las formas”… Todo en esta pequeña ciudad me parece, después de iniciar la lectura, un cúmulo de signos, lentos, en círculo, o vertiginosos y violentos en medio de un entorno que suele tender a la quietud. La naturaleza se vuelve lenguaje. El asfalto, los estantes, las jardineras son, entonces, lenguaje. La cartografía geográfica se vuelve cartografía sintáctica donde las cosas y lugares quedan “a tantas sílabas y declinaciones de distancia”. Es “la perversidad de la sintaxis”. Una ciudad, en este caso, College Station, se hunde en la página, como la tinta invisible que hace sonar a lo lejos, un tren más: “En el principio están los trenes. Aún más exacto: la fonética de los trenes”.

College Station es un espacio para pensar la lengua, pero también para dar espacio a la posibilidad del “pensamiento ágrafo”. Se trata de un juego continuo que se confunde con la existencia y el lenguaje, en el que no falta, en grandes dosis, la ironía y la sátira, “una armazón que sobre sí misma se arma”, donde quedan en evidencia la representación, el andamiaje y el proceso de escritura. “Una escritura en estado de coma, en postergación comprobable de la muerte. Por ello el aguacero queda demorado (a voluntad el paraguas se olvida) detrás de los telones”. Una escritura que es teatro de la pulsión de muerte en donde el sexo y la masturbación son también actos metalingüísticos.

Tenemos una ciudad de lenguaje, un moderno edén de signos (sin que ello implique del todo lo paradisíaco, sino que más bien conlleva a su imposibilidad, su destrucción), un locus amoenus donde saltan “ratas y quiebres tonales”. Aparecen en el libro, entonces, figuras como Ferlinguetti Batista y “el hombre del chivo amarillento” que escribe su nombre con un propósito o “para deshacer los sonidos con que se designaba para con los otros”. Si bien el autor aclara dos párrafos antes la imposibilidad de dar muerte a la metafísica occidental, este libro, por su continuo carácter deconstructivo, al mismo tiempo que sigue esta idea, la cuestiona, incendia los signos, contribuye al proceso de creación y destrucción continua del sistema. Una desmetaforización que metaforiza, “una arquitectura de la destrucción”.

Toda equivalencia tropológica, todo acontecer metafórico en el lenguaje parece tener un paralelo entre los personajes del libro: Ferlinguetti (el personaje) a veces suele llamarse Pablo (el autor), por lo mismo no debe sorprender que “Ferlinguetti Batista sea gordo de al lado (…) o que sea uno de tales albinos”, pues la gente en estas páginas se muda, regresa, se desplaza del mismo modo en que las palabras se mueven e intercambian, justo como sucede con las palabras de Kozerinsky que “eran las tres intercambiables, confundibles, elevadas hasta tonos educados por el espanto y la súplica”. En medio de semejante cartografía sintáctica, el sueño (lenguaje) supera “lo real”, el tiempo se dilata, es todos los tiempos; el presente del libro abarca a un monje de la época inquisitorial, a Brecht, Nietzsche, Hölderlin, Kant, Wittgenstein, Zequeira… La tensión continua entre significar y borrarse se refleja también en la forma en que la geografía se divide en “las islas al sur de College Station”. Lo continente y sólido se fragmenta hacia el sur. La insularidad como amenaza y posibilidad.

El tiempo, además, “en sus pasos renunciaba a sí mismo” en una ciudad donde el nombre de todos los muertos coincide, donde el cementerio es el eje de toda equivalencia extrema, donde la escritura es metástasis. El pueblo es como un largo cementerio, al estilo de Rulfo o, mejor, de Edgar Lee Masters. Metáforas con nombres que tienen, como las palabras, un recorrido, una existencia accidentada. Como el lenguaje, dichos cuerpos metafóricos devenidos personajes abrazan toda vecindad posible y son diaspóricos, hijos de un continuo peregrinar, insulares, fragmentados.

Editado por Duanel Díaz Infante y con un texto crítico de cierre que firma José Prats Sariol, Libro de College Station tiene méritos propios para trascender, precisamente porque asume la imposibilidad de la escritura o su posibilidad perenne como lugares de enunciación, diversión y agonía. Desde su arquitectura tiende a la sobriedad: el suave color de portada, el blanco y negro de la imagen con rieles, la disposición de las partes, el modo sedicioso, disimulado en que, casi sin darse el lector cuenta, se llega al epílogo. Un libro sin estridencias aparentes en que habita “lo inacabado que todo significa” y donde construir la siguiente frase puede ser (es) el comienzo de toda destrucción: “Libro como espacio de construcciones, o, más bien, como espacio donde esbozas construcciones. Donde la destrucción inicia”.

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Yoandy Cabrera (Pinar del Río, Cuba, 1982). Profesor asistente de lengua, literatura y cultura en Rockford University. Doctor en Estudios Hispánicos por la Universidad de Texas A&M. Máster en Filología Clásica por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Filología Hispánica por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. Ha enseñado lenguas y literaturas clásicas y modernas en Cuba, España y los Estados Unidos. Fue profesor de la Universidad de La Habana y del Colegio San Gerónimo de esta misma ciudad. Ha publicado artículos y ensayos en diversas revistas académicas sobre recepción clásica, así como sobre poesía y teatro. Es, además, editor y traductor.

Pablo De Cuba Soria (Santiago de Cuba, 1980). Ha publicado los cuadernos de poesía: De Zaratustra y otros equívocos (Ediciones Extramuros, La Habana, 2003), El libro del Tío Ez (Ediciones Itinerantes Paradiso, Miami, 2005), Rizomas (Tranvías Editores, Lima, 2010), e Inestable (Editorial Silueta, Miami, 2011). Poemas suyos han aparecido en antologías como Jóvenes autores cubanos (Editorial Verbum, España, 2004) Malditos latinos, malditos sudacas. Poesía iberoamericana made in USA (Editorial El billar de Lucrecia, México, 2009), Antología de la poesía cubana del exilio (Aduana Vieja Editorial, Valencia, 2011), y Distintos modos de evitar a un poeta. Poesía Cubana del Siglo XXI (El Quirófano Ediciones, Guayaquil, 2012). Radica en College Station, Texas. 

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