María García Zambrano: Lo sagrado/cotidiano, o cómo mirar a lo alto desde el lado De acá

(Copyright: Godall Edicions)

 

 

Por María García Zambrano

 De Acá. Emilia Conejo. Godall Edicions.

 

Emilia Conejo es poeta, filóloga, máster en estudios literarios, especialista en la edición de textos de español como lengua extranjera y crítica literaria. Además, o sobre todo, es madre, recolectora de aromáticas, amante de la naturaleza, y atea militante, aunque busque y anhele la trascendencia en lo minúsculo. Estos detalles biográficos, para disgusto de la crítica estructuralista, son fundamentales si queremos penetrar en la poética de esta autora, que me he atrevido a llamar de “lo sagrado/cotidiano”, como una categoría creada ad hoc, pero en la que podríamos englobar a tantas otras poetas afines con las que la autora convive en su libro De acá. Me refiero a Marosa di Giorgio, Olga Orozco o Emily Dickinson. También a Walt Whitman, César Vallejo o Tristan Tzara. Una nómina de autores que nos lleva, irremediablemente, a una forma de mirar y vivir la literatura cercana en algunos casos al Surrealismo, al arte como salvación, a la escritura como búsqueda de la trascendencia, o a ese verbo que sana.

 

De acá es la segunda obra de la poeta madrileña, después de un libro luminoso, Minuscularidades, ambos publicados de forma delicada y artesanal por la editorial catalana Godall Edicions. Si en Minuscularidades la autora ponía el acento en un yo lírico que se descomponía en distintos yoes y asistíamos a un camino en el que las pequeñas huellas dibujaban esa cotidianidad que hace mundo, una suerte de inventario de instantes en los que atrapaba lo real con la gracia de una mirada surreal y mágica, capaz de salvar lo anodino. En De acá ese inventario, de lugares, personajes y momentos, se amplía, se enriquece, se alimenta y se retuerce, hace piruetas, asciende y se hunde para volver a ascender, como veremos, en una búsqueda más radical de la propia identidad y de la identidad de los otros, de la naturaleza del devenir, del sentido del ser.

 

Poética del asombro y la celebración: un puro arrebato de serenidad

La poesía es un mirar distinto sobre las cosas del mundo. “Ese lugar donde todo sucede”, como diría Pizarnik. Y en este libro Emilia Conejo observa, se sitúa y es atravesada, como en un rapto, por una belleza sutil y serena, a veces imperceptible para el profano que se aventura a vivir sin detenerse. De sus versos se infiere esa capacidad para transmutar la experiencia vital en arrebato, elevar lo circunstancial a rango de extraordinario a través de un oficio de alquimia con el lenguaje. Porque en este libro hay un trabajo consciente con las palabras y sus posibilidades, más allá de su función y referencialidad. Imágenes que se adscriben a la estética de lo onírico, diálogo con personajes que entran a formar parte del texto, salen y entran. Citas con un carácter más lírico a veces que el propio texto. Una poética que evidencia cómo lo sustancial radica en decir mundo de otra forma, escapar de la lógica, de la semántica de la univocidad, crear esas asociaciones misteriosas que despierten sentidos dormidos, que la poesía sea extrañamiento, un mover de alas desde la inconsciencia a lo real.

No se escapen los bisontes en celo por las entretelas de la mente. No busquen a las huríes en otros prados; es acá donde todo explota. No huya nadie, que la fronda –nos advierte– no canta dos veces.

El libro se abre con Anacrusa, que significa “nota, en música, que antecede al tiempo más fuerte”. Y así la poeta nos va advirtiendo, a modo de carpe diem, aspiración a vivir ese acontecimiento milagroso, que “ese copular de los cerezos con el alabastro” no volverá a acontecer, y habrá que estar presente. No huya nadie. Esa consciencia máxima de la vida que aprendemos de la maestra Emily Dickinson, o la de Amherst, como la nombra en alguno de sus textos, cuyos célebres versos nos llegan como un susurro a esta Anacrusa: “Habito en la posibilidad/ una casa más bella que la prosa/ para cosechar Paraíso”.

Emilia Conejo cosecha la experiencia, y como una flanéuse, guarda en su cestillo los brotes, flores, perfumes y colores que la naturaleza, pero no solo, también la ciudad, sus personajes, le ofrecen… “El niño y su inmenso azul duermen”, “su gemido nenúfar”. Leonora Carrington aparece en el miedo de ese niño que busca a la madre. Todo es materia poética si se sabe trascender y dotar a las cosas, los cuerpos, el paisaje, de ese toque salvaje y verdadero. Si se sabe mirar lo extraordinario y quedarse ahí el tiempo suficiente.

Leonora Carrington esparce brumas y sobrevuela al fauno dormido en el jardín fronterizo.

Acompañando a dos salvajes: Marosa di Giorgio y Olga Orozco

¿Cuánto hay en este libro de la poesía delirante de Di Giorgio, de su misterio? ¿En qué medida la esotérica Orozco se ha colado en las ensoñaciones de Conejo para dictarle las profecías de su gata Berenice?

De acá ha convivido en el tiempo con el estudio académico de estas dos grandes poetas, y por ello esta obra no es un solo de flauta, oboe o guitarra, un soliloquio lírico que atiende al yo y a sus expresiones más íntimas. De acá es una sinfonía, un conjunto de voces, de instrumentos que suenan en una armonía perfecta, y que une las voces de esa genealogía ya mencionada, junto a otras como la de Huidobro, Girondo, Blake, o Hölderlin, que lejos de ser meras citas con vocación culturalista son presencias vivas que la poeta acoge, que interpela e invoca en reflexión y pensamiento. Esta orquesta, además, toca al atardecer en muchos lugares, creando esa topografía tan rica en la obra que nos lleva a escuchar sus ecos en la chacra uruguaya, en los jardines de Amersht, en un bosque de Norteamérica, en la pampa argentina o en el mismísimo centro de Europa.

Giordano Bruno de camino al colegio y tu enserio de asombro bendecido. Una llovizna cachivache nos recuerda que nacimos hoy y se evapora hasta el monte que nos cae sobre los ojos. Hoy he visto a Thomas Mann. Llevaba pantalón bombacho y sombrero de playa. No me lo ha dicho, pero hoy sus leones,  como los míos, duermen en el desván.

 

Este es un libro sobre la fe (en cuanto solucionemos la cuestión del ateísmo)

El mundo es un poco más bello cuando alguien recupera la fe.

En De acá se habita en los nenúfares, se amanece en un cuadro prerrafaelita, se grita en los hangares, nos colgamos del trapecio que florece en la ducha… y todo para escapar de lo intrascendente. Emilia Conejo se encuentra entre quienes buscan lo sagrado lejos de las religiones establecidas, de cualquier institución que limite la libertad de ser, crear y pensar. Esa genealogía de artistas que han hecho del arte un instrumento de conocimiento para abordar cuestiones metafísicas y/o espirituales.

Como la propia autora dice de la poética de Marosa di Giorgio, y que sería aplicable a su escritura, encontramos esbozos de ese paraíso perdido, un locus amoenus muy particular, al que nos lleva en su anhelo de abandonar lo superficial para retirarse a una naturaleza salvífica donde hallar la verdad de las cosas (esa verdad del alma de la que habla Zambrano), un paraíso que descansa en la razón poética como la única razón posible y necesaria. El  beatus ille en este caso se invierte y podemos escuchar una voz que diría algo así: feliz aquella que abandona el más allá para adentrarse en los resquicios, en los goznes donde crecen las madreselvas, en los rincones donde se acurrucan pájaros extraños, en los huesos de los árboles, en la risa de un niño… Dar tumbos entre los nidos de cuco. Transmutar esos lugares donde no habita la sagrado, como son los centros comerciales, las naves industriales, o esos hangares futuristas, en espacios llenos de mística. Y para ello es clave dejarse llevar, bucear por debajo de lo consciente y controlado, vapulear el lenguaje, sacar nuevo brillo a términos usados, y la imagen surrealista es el recurso en el que desplegar su maestría.

Hay una tristeza que crece en las naves industriales. Que tiene eco a iglesia kitsch en una feria de pueblo. Que llama farsante a Blake y sueña con prostíbulos llenos del sopor de la amapola.

 

Una poética de la resistencia

En este libro un mundo fantástico convive con la triste letanía de los hombres grises y le canta nanas al oído, mesa sus cabellos con la compasión de quien conoce ese submundo pero se resiste al encarcelamiento de los sentidos, a la apresurada carrera de conejos locos con su reloj desquiciado. Desde la resistencia poética y vital de la autora se declara la guerra al óxido en el alma. En la resistencia se copula con la nada en los portales, es de buen gusto celebrar el éxtasis a la hora del café.

Encontramos al menos una propuesta de salvación; un camino para soñar en alto; un salvoconducto para volar e imaginar que estar aquí, en este lado de acá,  es lo más sagrado a lo que debemos aspirar. Y para ello es necesario declararle la guerra a esa perfección cumplidora de una señorita Müller que todo lo hacía bien.

Forcejeamos contra la tiranía de los apresurados y lloramos con ellos puño en alto contra los dioses de las alcancías

Y, quizás, lo más importante en estos tiempos: un libro que nos llama a la compasión

La polifonía establecida con esa genealogía de poetas que atraviesan las páginas del poemario, y que son presencias sustanciales y significativas, se ve amplificada con la búsqueda de un diálogo hondo y verdadero con los otros, con las otras. Esa búsqueda de la belleza empieza por tejer lazos y reconocer que “a pesar de este compartirse mal, de esta torpeza de góndola en autovía, no dejar nunca de buscar al otro”.

Estos versos destilan una suerte de honestidad en esa mirada, de “verdad” a la manera en que Goethe entendía el poema. Para Conejo el equilibrio entre lo cotidiano y lo trascendente no es posible sin la otra persona que acompañe el camino, que sea escucha y recogimiento, que dé sentido al acto de la comunicación poética. Para esta poeta la poesía es, definitivamente, el acto más sagrado.

En este poemario hay un canto a la unión para encontrar ese más de acá. Y podemos escuchar cómo palpita un canto antiguo, cómo ese canto se convierte en invocación, en letanía, oraciones que en su prosodia contienen esa religiosidad entendida en su origen etimológico. Porque religare nos lleva al verbo vincular, a atar fuertemente. Y así se van hilvanando estos textos, creando vínculos semánticos pero también pragmáticos. Buscando nuevos sentidos las palabras van de un lado a otro y dicen más de lo que dicen para acoger a quienes las leen. Para nombrarlos y así resguardarlos: al hijo que lleva la fiesta en una bolsa; a la niña que corta una naranja; a quien escucha cómo la madre canta una nana askenazí en yidish; a la hermana que pregunta sobre la fe… A quien lee este libro como una llamada humilde, y llena de interrogantes, a recuperar la fe. No en vano la última parte de esta obra se titula Ejercicios espirituales. Una llamada necesaria a ejercitar la tan necesaria compasión.

Nunca nos faltará tiempo para los vagabundos de las estrellas

Quizás nuestra gran obra sea renovar la fe en el más de acá.

 

(https://godalledicions.cat/titols/de-aca/
Godall Ediciones)

Emilia Conejo (Madrid, 1975) es licenciada en filología inglesa por la Universidad Complutense de Madrid y máster en literatura española e hispanoamericana por la Universidad de Barcelona. Ha vivido en Irlanda y en Alemania, y en la actualidad vive en Madrid. Colabora con varias revistas de crítica literaria y cultural y sus poemas han aparecido en las antologías En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis (Bartleby, 2014) y Voces del extremo (Amargord, 2014). Hasta la fecha ha publicado dos poemarios: Minuscularidades (Godall, 2015) y De acá (Godall, 2019).

María García Zambrano (Elda, España, 1973). Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla, con estudios de doctorado en Letras Modernas en la Universidad Paris-Diderot. Actualmente es profesora de literatura en un instituto madrileño, e imparte el taller de poesía Nombrar el secreto, en la Fundación Centro de Poesía José Hierro. Forma parte de la Asociación de mujeres poetas GENIALOGÍAS. Tiene tres libros de poesía publicados: El sentido de este viaje (Aguaclara, 2007); Menos miedo, Premio Carmen Conde de poesía, (Torremozas, 2012), finalista al premio Ausiàs March al mejor poemario del 2012, La hija (El sastre de Apollinaire, 2015) y Diarios de la alegría (Editorial Sabina, 2019). Sus versos aparecen en revistas como Turia, Nayagua o El Cultural. Ha sido traducida al portugués y al rumano.

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