Juan Carlos Mestre: el surtidor mordido por el zumbido

(Foto: Eduardo González Pupas)

 

 

Anaximandro

Ser aquello de aquello que acude con frecuencia al mundo, lo que nace, brota, surge y crece, sale a la luz y no se agota. Íntima virtud de cada cosa más presente cuanto más perece. La verdad que te sabe el todo imita. La cualidad más bondadosa es aquella que el diestro nunca nombra, distingue la apariencia, el hábil selecciona. Vigilar su color es agotarse, todos temen por la abertura fría de las jambas ser desnudos cuando él es la mirada y el espía. Culpa expías en necesidad de robo. No habría ornato en tu casa y el tiempo pasaría si la muerte de las cosas que él habita por azar llegara. Qué compasión más grande habría que inventar para que dejases de llorar, Anaximandro.

 

 

Anaxímenes

Lo invisible. Me envuelve el aire, colmo de luz, atrevimiento. Atroz presencia de todo cuanto vive y se enrarece. Agua y nubes, la tierra que sostiene 31 como en atril mi cuerpo y da los atributos a las cosas. Presencia total que no me estorba, que rodea el ámbito del alma y se arriesga a morir por no sabido: donde el prudente cede, goza el temerario.

 

 

Parménides

La verdad es una diosa que enseña el camino a los errantes. Si debe ser necesaria la luz antes ha de no ser la noche. El olvido es la presencia aparente de lo que aún existe. La diosa habita el círculo de la benevolencia, es piadosa. Lo femenino es la rueda de un carro, lo masculino la otra. Yo soy dos semejanzas paralelas de amor, dos infinitos. No sé si las yeguas piensan o padecen, dudo entonces. ¿Es más justo el que nace o el que no pudo ser? Cuando me muera regresaré al todo de la nada. Estoy contento

 

 

Jenófanes

El dios ve, el dios oye, el dios percibe y sabe, es tan presumido que único se dice, se dio cuenta que en nada es semejante, él reina la vida, el orden superior de las especies, las manzanas. No sabe cuándo fue y exquisito se siente diferente. Los demás, apagan la luz cuando se duerme.

 

 

Pitágoras

Uno, el número. Dos, el dios. Tres, la secta del gallo del carpintero. Cuatro, boca impar. Cinco, el quinto naipe flotando en las tijeras del sastre. Seis, la luz en la herrería de columnas. Siete, esa multitud de medusa y espina. El ocho, zorro salomónico, agua gemela. Nueve, la moneda del caracol y la rosa del cordero lunar. Diez, otra vez el sombrero y el delantal de la piña. Once, el macho durmiente en la punta de su flecha. Doce, las niñas zodiacales sentadas en el tejado. Trece, el surtidor mordido por el zumbido. Catorce, la que tropieza con la raíz sudorosa. Quince, la pelota clásica en la copa de los árboles. Dieciséis, los jugadores de la perdiz. Diecisiete, la vecina que tiñe al arlequín. Dieciocho, el brazalete extraviado en la azotea. Diecinueve, las axilas del círculo polar. Veinte, veintiuno, etcétera.

 

 

Lai Po

Después de la gran epopeya del arroz vino Lai Po. Con un pequeño tambor que fuera suave tripa de águila, cutícula cana de mantecas. Con una rana de oro atada a un palo vino Lai Po. Por el mapa sembrado de pestañas y la cosecha de escalofríos de seda de una reina loca. Los cerezos seguían siendo bellos y los baúles fingían ser felices mientras aguardaban enamorados en los puertos. Durante aquella dinastía las bailarinas eran esquivas como lubinas perseguidas por un tridente. Vino Lai Po con la conchilla a regar las lechugas de la tierra que se estaba pudriendo. Los eunucos escribían hileras de diecisiete sílabas como cordones que se enrollan al silencio para que giren las peonzas. Durante aquella dinastía los habladores sembraban sus palabras en la escuela del cáñamo y los raros muchachos con voces de leche eran colgados de un peral silvestre en la ciudad prohibida. Después de la gran epopeya del arroz, después del metro cincuenta de los ataúdes y la hilera de camaradas chinos asesinos de gorriones, todavía las herraduras no eran las cejas de los dioses, ni las lechuzas las hijas del panadero. Por el bosque ileso y el joyero de falso tabaco donde la muerte gira en la bodega de los hombres, atravesando la verja de las tazas de té y el azúcar dormido que ya no sonríe a los muertos. Con un acordeón en el que dormía un búfalo, con la cometa de papel secante que descifra los techos. Después de la gran epopeya del arroz, vino Lai Po.

 

 

[Textos seleccionados para la revista de Historia natural de la felicidad Antología esencial (1981-2014) publicado por el FONDO DE CULTURA ECONÓMICA]

 

 

 

Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), poeta y artista visual, es autor de varios libros de poesía y ensayo, como La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon (Edt. Calambur, 2011), Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonáis, 1985) La poesía ha caído en desgracia (Premio Jaime Gil de Biedma, Visor, 1992) o La tumba de Keats (Premio Jaén de Poesía, Hiperión, 1999). Su obra poética entre 1982 y 2007 ha sido recogida en la antología Las estrellas para quien las trabaja (2007), La poesía no es una misa cantada (edición de Carlos Ordóñez, Lustra editores, Lima, 2013), La imagen de otro espacio (edición de Manuel Ramos Van Dick, Edc. Sarita Carbonera, Perú 2013). Con La casa roja (Calambur, 2008), obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2009. De más reciente aparición es La bicicleta del panadero (Calambur, 2012) por el que recibió el Premio de la Crítica.Ha realizado conciertos, performances y lecturas con varios artistas y poetas ante diversos auditorios  de España, Italia, Francia, Noruega, Finlandia, Suecia, Irlanda, Bélgica, Rusia, Lituania, Portugal, Grecia, Israel, Costa Rica, Yugoslavia, Bosnia-Herzegovina, Polonia, Reino Unido, Serbia, Ecuador, Cuba, Marruecos, China, Túnez, Argentina, Perú, Chile, Líbano, Colombia, Honduras, México y los EE.UU.

Es autor de El universo está en la noche (Casariego, 2006), libro de versiones sobre mitos y leyendas mesoamericanas, asimismo ha adaptado y dirigido para el Festival de Teatro Clásico de Almagro la versión radiofónica de El perro del Hortelano de Lope de Vega con el cuadro de actores de Radio Nacional de España.

En el ámbito de las artes plásticas ha expuesto su obra gráfica y pictórica en galerías de España, Europa, EE.UU. y Latinoamérica. En 1999 obtiene una Mención de Honor en el Premio Nacional de Grabado de la Calcografía Nacional y semejante distinción en la VII Bienal Internacional de Grabado Caixanova 2002, Premio Internacional de Arte Gráfico Atlante 2009 y III Premio Internacional de Grabado Dinastía Vivanco en el 2010.

De su diálogo con la obra de otros artistas y poetas han surgido, entre otros, los libros Piedra de Alma, con José María Parreño (1994), Crónica de amor de una muchacha albina, con Rafael Pérez Estrada (1994), Emboscados, con Amancio Prada (1995), Bestiario apócrifo, con Álvaro Delgado (2000), Enea y los gatos, con Javier Fernández de Molina (2002), El Adepto, con Bruno Ceccobelli (2005), Arde la oscuridad, con Alfredo Erias (2007), Los sepulcros de Cronos, con el escultor Evaristo Bellotti (2007), Cazador de lunas con Javier Pérez Wallias (2007) Extravío en la luz con Antonio Gamoneda (2008) y la edición francesa de Le Bestiaire de Livermoore con Rafael Pérez Estrada (2013). También ha editado el Cuaderno de Roma, versión gráfica de La tumba de Keats (Monosabio, Málaga 2005), La mujer abstracta (El gato gris, 1997), con Ediciones El caracol descalzo libros de artista como Adiós (2012) sobre un poema de Apollinaire, Las Fábricas (2012) con texto de André Breton y Philippe Soupault, Los Proverbios Modernizados (2013) de Paul Eluard y Benjamin Péret, y acompañado con sus grabados plaquettes de Chantal Maillard, Esther Folgueral, Alexandra Domínguez, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier, Nicanor Parra, Javier Bello, Diego Valverde Villena, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, José Luis Puerto o Jorge Riechmann.

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