René Fuentes: hambre silente para andar siempre tristes

(Foto: Cortesía del autor)

 

 

Salmo del tuerto

Hay que creer,

hay que creer,

por lo menos en las remolachas

hay que creer.

A lo mejor un día

ya no son rojas ni dulces

y resulta que el labriego

estuvo sembrando

maldiciones de avestruz.

Hay que creer,

hay que creer.

Miren a la luna:

hace tantos siglos

que parece un queso.

Miren en las granjas:

siempre hubo vacas,

terneros hambrientos

y leche agria.

Hay que creer,

una y otra vez

hay que creer.

A lo mejor un día

los quesos y los relojes

también se parecen

y los avestruces

sacan la cabeza,

se tragan la luna

y todo cambia.

 

 

Los gallinazos

Qué feos los gallinazos

allá en las cercas… Parecen

cruces cargadas por la oscuridad

sin un límite entre la carne

y el olor de los maderos. Parece

que estuvieran de hinojos

en la penumbra, avergonzados

de ser nombrados entre las aves.

Limpia se viera la tarde

sin su estampa funeraria.

Pero no se puede confiar tanta carroña

a la vagancia de las hienas y los chacales.

La muerte podría enfermarse,

y ante tal peligro, es mejor

poner un poco de hambre en las alturas.

Pero quién no huye de ser comido.

Quién no limpia un pedazo de tierra

para guardar su bulto. Quién

no teme al amargo perdón

de un pico y unas garras

que nunca fueron lavados.

Sobre el alambre

los gallinazos cuidan el olor del paisaje.

Callados, muy callados.

Con las alas abiertas,

bajo un sol tremendo.

 

(Del poemario: LOS GALLINAZOS Premio Abril, Cuba, 1994. Premio “Pinos nuevos”, Cuba, 1995)

 

 

Escena familiar

Todos los días mi madre

nos sirve un plato de soledad.

Mi padre y mis hermanos

lo devoran como ricos frijoles,

huevos, arroz blanco

y una que otra vez

la joya de la carne.

Pero mi madre y yo

comemos mesuradamente,

temerosos de atragantarnos

con las ilusiones que se alojan

en el hondón monumental de la codicia.

“Hay que comerse este animal con mucho cuidado”.

Así me dijo mi madre hace muchos años,

mientras cortaba un pedazo de la noche

para cocinarlo después en las cavernas del odio.

Ahora tenemos un corazón común,

los mismos abrojos, la misma fe.

Mi madre y yo comemos en silencio,

sin levantar la cabeza.

 

 

(Del poemario: UNA OSCURA PRADERA VA PASANDO, Escrito en Cuba 1991-1994; publicado en Montevideo, 2000)

 

 

Susurros para una ola

Vamos sopesando las pérdidas, comprendiendo que el mar nunca fue nuestro cuerpo, un gesto, la calle de nuestras rodillas, tampoco la saliva de un beso ni el detalle de una pared. Pero también fue todo eso.

Sus desastres, como los grandes y buenos desastres, se dividen en dos tiempos irreconciliables: el instante para abrir una ventana y lamer la fijeza del mar; y el dolor de cuando quema pero no nos broncea, nos tira de la nuca pero ya podemos morirnos cualquier día sin verlo.

El mar siempre estuvo allá: en el cuerpo, en la calle… También está acá: en todo esto que nos pasa y pasa, nos sobrepasa y no termina de pasar.

Desde entonces, vamos sopesando las pérdidas.

 

(Del poemario: POSTALES QUE NADIE PEDÍA, Primera edición ARTEFATO (Montevideo, 2004))

 

 

La caja

Felices aquí, armamos una caja.

Una larga caja, amplísima como el silencio.

En ella echamos nuestra casa, los amigos,

tu despertador, mi paraguas, los aretes de plata

que ella vendió para seguir malcomiendo.

Todo, todo lo nuestro

vamos echándolo con desgano.

Bajo un sol de cartón,

bajo un cielo de cartón, entre acartonadas palmas

recortamos y pegamos nuestro envío.

Mis ojos rasgan cuidadosamente las horas,

tus ojos en los ojos invisibles del país,

nuestras miradas siguen comprando sellos y dinamita

para que nuestros recaudos lleguen

tan lejos como merezcan.

Porque este paquete, estas cositas

que hoy reunimos con tanto esfuerzo,

algún día llegarán. No lo olvides.

Echa, echa todo cuanto recuerdes,

lo que ignores y más, pues tú y yo

somos apenas dos ciegos en esta molienda.

Echa también el hilo, las tijeras,

cada muerto ilustre, cada chisme,

cada verdad autorizada. No dejes fuera

ningún tirano, ninguna calle rota,

ningún verso entre dientes.

Echa, échalo todo.

Acomoda, pega, recorta, cose.

Y recuerda que la cautela

es nuestra única venganza.

La caja es grande y no tiene prisa.

Echa cartón al cartón:

cartón acartonado,

carne, pegamento, cartón, carne sucia,

lechugas, zapatos, dinero,

hambre silente para andar siempre tristes,

huevos de Pascua para ser menos pobres.

La caja es grande y no tiene prisa.

Echa, que yo pongo la burla y la tramoya.

Tú la revoltura, la apretazón, el contrabando.

Echa, échalo todo.

Acomódalo y bésalo después.

Mientras, prenderé una mecha

detrás de cada palabra.

Ya no quiero otra cosa

que un retiro de cartón,

un pasaje de cartón,

un paraíso sin orillas

donde curar la estrechez de mis pulmones.

Este es el día, el día de siempre,

la amplitud de una caja

que nos impone Dios

o la idiotez humana.

Yo rasgo y pego

sosteniendo mi escudilla,

mi función de animalejo.

No hablo, no cuestiono.

Tomo una cuerda,

hago un lazo,

tiro fuerte,

cierro.

 

 

(Del poemario: SILBIDOS DISPERSOS , (La Habana, 1990-Montevideo, 2009) Premio de Poesía Intendencia de Montevideo, 2009)

 

 

René Fuentes (nació en Bayamo, Cuba, 1969) es poeta, narrador y dramaturgo. En su país de origen obtuvo varios reconocimientos literarios. Entre otros, en 1994 ganó dos premios Abril, por Los gallinazos (poesía) y La bufanda (teatro), ambos libros fueron publicados en 1995. Los gallinazos, además, en 1995 ganó el Premio Pinos Nuevos, otorgado por el Instituto Cubano del Libro.

En Uruguay, donde reside desde 1996, ha recibido otros reconocimientos literarios y publicó Las trampas del paraíso (novela, 1996), La ida por la vuelta (novela, 1998), Una oscura pradera va pasando (poesía, 2000), Postales que nadie pedía (poesía, 2004), El mar escrito (novela, 2006, Premio Nacional de Literatura, 2004), Silbidos dispersos (Premio de Poesía de la Intendencia de Montevideo, 2009), Noveno círculo (novela, 2011), Caballo que ladra (Premio Onetti de Poesía, 2013) y Periplo cerrado (Premio Onetti de Poesía, 2016).

En 2002 la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT Uruguay le otorgó el Premio a la Excelencia Docente. En 2016 obtuvo varios reconocimientos literarios. Entre otros: el Premio Internacional de Poesía Blas de Otero-Villa de Bilbao en castellano, por Guitarra del mesón (2017) y el Premio Nacional de Literatura en Uruguay, por el poemario Caballo que ladra. En julio de 2017 ganó el VI Premio Internacional de Novela Fundación Monte León, España, por el libro La mano que el perro llevaba en la boca (2017). En diciembre de ese año ganó el Premio Iberoamericano de Poesía Marosa di Giorgio, por el libro Hidalgos.

En diciembre de 2021 publicó dos libros: Los mares que me nombran (poesía reunida 1995-2020), Alemania, y Piezas para reparar un trino (teatro reunido), Estados Unidos. En enero de 2022 ganó en España el Segundo Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma y Alba. Recientemente, la editorial estadounidense Primigenios reeditó su primera novela Las trampas del paraíso. Además, la trilogía de novelas Cervantina ganó el Premio Ciutat de València de Narrativa en castellano Vicente Blasco Ibáñez (2022) y será publicada próximamente por la editorial española Pre-Textos. En el cierre de 2022 La parte líquida del mundo es finalista del III Premio Internacional de Poesía «Juan Ramón Jiménez” de Coral Gables (Estados Unidos).

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