Renato Tinajero: cualquier metáfora resulta por completo innecesaria

(Foto: Claudia Susana Tinajero)

 

 

 

ANDROIDES

 

Así vivimos, despidiéndonos siempre -R. M. Rilke

 

Pasa el camión. Se ve que pasa

con su cargamento de androides obsoletos.

La carretera es mala, polvo y piedras.

Y tan viejos los androides, de movimientos tardos,

que les fallan la memoria, las bisagras.

Cómo cuesta mantenerlos. Cómo pesa.

Es mejor agruparlos

en cargamentos de diez, a veces doce,

para el deshuesadero.

Y ahí los ves que van, sentaditos y pacientes,

traqueteando en la caja trasera del camión, androides miopes,

algo calvos, conversando a media voz

–la voz grisácea y lisa, voz de androide–,

camaradas que no se han visto en años

pero se reconocen por el consecutivo número de serie

grabado –¡hermano mío!– tras la oreja izquierda,

y hasta por la misma oreja, tan idéntica en la forma, en el desgaste.

La misma infancia, camaradas,

cuando aprendimos, recién instaladas las retinas,

a contar hasta diez mil y el alfabeto.

¿Éramos en serio más pequeños, o sentimos que éramos pequeños?

¿Conoció usted a los gatos? ¿El olor de los jazmines?

¿De manera que era usted quien sacaba a la familia

de paseo? ¿Daba usted en el Conservatorio la lección de clarinete?

¿Ha perdido usted los cinco dedos de la mano izquierda,

un párpado y el otro? ¿El recuerdo de diez años

tras aquel nebuloso incidente del verano? ¿Diga usted?

 

Y ahí los ves que van, felices, calmos

–esa felicidad que es calma y lisa, la gris felicidad de los androides–,

hacia el deshuesadero. La carretera es mala.

Ha tropezado el camión, se atasca entre las piedras del camino.

Los androides resbalan, se desploman

sobre las bisagras de las nalgas. Ruidos de metal,

como tambores huecos, y chirridos. Azoro. Azoro y regocijo.

Se tienden entre sí las manos, se levantan.

Y un franco restallar como de ¿risa?

–expansiva, irregular, nada propia de un androide,

más bien como la risa de diez o doce niños jugando en el patio de la escuela–

va crepitando largamente y por el resto del camino

desde diez o doce hileras de dientes incompletos.

 

 

 

POEMA DE AMOR EN EL QUE APARECE UN MURCIÉLAGO

 

Las sábanas son cómplices. Tú ya sabes de qué.

Podría agregar al recuento las almohadas.

Las patas de la cama, inclusive,

pero el poema ya discurre por caminos muy trillados.

He pensado en palomas, columba mea,

en la tibieza de las plumas, en su estar ahí, espirituales y virtuosas.

Pero el poema ya naufraga. El lugar es tan común

que un tremendo boquete se ha instalado en el fondo de la estrofa.

Es el turno del murciélago.

Míralo aquí, arrastrándose a tientas en mi mano,

como nos arrastramos, tú y yo, a tientas el uno sobre el otro.

A él sí nos parecemos. Acaricia y sentirás el pelaje, la textura

de aquel vello animal que se eriza en nuestros miembros.

Esa manera suya de desnudarse al instante

con tan solo abrir las alas. Como cuando el cuerpo

se nos salta instantáneo de las ropas, casi con tan solo pensarlo.

Verlo y evocar al animal del pubis parece aquí tan literal, tan lógico,

que cualquier metáfora resulta por completo innecesaria.

Imagínate ahora: somos árboles colmados

de polillas y de frutos. Y el murciélago, tu boca,

se sacia a reventar. Y yo también me sacio.

Dos murciélagos pasmados sobrevuelan

el banquete en que, descoyuntados, dos homúnculos

están intercambiándose los huesos. Eso somos.

A veces tangibles, como la membrana de unas alas, líquidos a veces

como la sangre de un fruto que recién cortado

se abre ante los comensales. Esta es la belleza del murciélago.

Estas son sus enseñanzas. Y una más: hemos desatendido

su costumbre de ponerse de cabeza. Míralo.

En posición enteramente vertical, y así vivir. Amar así.

Una audacia como esa no la hemos intentado aún.

Pero puedo asegurarte: sería hermoso.

Los cuatro pies arriba, altos, apuntando al cielo.

Y abajo, tropezándose, las alas.

Sería hermoso. Te lo puedo asegurar:

sería tan hermoso.

 

 

 

Renato Tinajero. Nació en Tamaulipas en 1976, pero radica en la ciudad de Monterrey, donde se desempeña como profesor universitario.

Es autor de relatos, ensayos, así como de los libros de poesía Yorick (Diáfora, UANL, 2008), Todas las ballenas y Fábulas e historias de estrategias, obra esta última con la que mereció el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2017. 

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