Helia Betancourt Plasencia: nadie puede saltar fuera de su sombra

(Foto: Cortesía de la autora)

 
ESCAPATORIA
 
A Maite, en recuerdo de aquel tiempo
 
Somos polizontes ondeando
en las afueras del mundo,
derrotando el desfile de edades
que la abuela juega a tejer en las agujas,
nos deslizamos por la cuerda
pendiente del ovillo.
 
El sol de los rayos de nuestras bicicletas
oculta el rastro, corremos detrás de las sombras
escondidas tras la sombra de una dulzura.
Cartografía secreta y circular:
del Molino a la Torcaz, de la Torcaz al Molino.
 
Es allí donde fuimos, en donde, fundidas
la escasa brisa y el sopor del mediodía,
nos elevaron hacia las altas ramas
que susurraban viento y atrapaban versos
y emancipadas al viento
dibujamos el mapa de un joven planeta.
 
 
 
 
SODA PALACE
 
A mi padre, A Adriana, heredera de las tertulias
 
Antiguas nubes,
emisarias de un aroma de café,
las tazas recogen
su negro lagrimear.
 
En el umbral de su oscuridad,
esperanzas calientitas
indisolublemente unidas
a la palabra, fraguan
la noticia mañanera.
 
Encienden los tabacos,
el humo transita
por un mar de voces,
regodeo gozoso de fragancias
confunden y desorientan al aire.
 
Sorbo a sorbo,
saborean, comentan,
decantan la realidad
que se sienta a la mesa.
 
 
 
 
RAYUELA
 
Las calles de ese barrio
recorren mi memoria
y como hebras que cruzan el telar
se convierten en urdimbre
simple, familiar, del cada día.
 
Y, ahora, desde el tiempo anticipado,
vuelvo, una y otra vez,
a habitar aquellos momentos
en que todo se espera.
 
Peregrino el lenguaje
de los patios que desborda
límites y aceras.
 
La rayuela nos transporta,
de salto en salto
cruzamos los umbrales
de calle 30 sur, donde
nos esperaba un cielo.
 
Aquella esquina
en que derrochamos día y noche,
hace ya demasiadas alegrías,
depositó en nosotros
un misterio compartido.
 
Esos días, esas noches,
aún se acuerdan de nosotros
con un destello de asombro.
 
Lanzamos la moneda,
en el eco del regreso,
grupos de amigos
indagábamos la distancia
por distintas vías.
 
Alguno tiró con demasiada fuerza
un pensamiento que escapó de la mirada:
de cuadro en cuadro
quiso encantar mapas;
de brinco en brinco
un tiempo detuvo su pisada.
 
Lanzo de nuevo la moneda:
nadie puede saltar
fuera de su sombra.
 
Esos tangos, esos boleros…
 
Un sinfín de emociones
indagan en el olvido
pedazos de su propia existencia.
 
Un parpadeo acerca el tiempo
al filo de esa realidad
que bordan los pies
al cabalgar sobre un aire sonoro.
 
Al paso, nacen flores,
caminitos, veredas
y entras en mi sueño
con aroma de capullito de alelí.
 
El mundo ocurre
en silenciosas pausas que
inclinan interrogando la caricia:
preludio de los abrazos.
 
Lo demás es transcurrir,
deslizarse, dejarse ir
para llegar a la cadencia.
 
En rítmico alternar
coinciden los espacios amorosos
que se trenzan y multiplican
con gentiles variaciones.
 
Lenguaje del encadenamiento;
revuelo de ilusiones,
tejido inacabado de mil historias.
 
Un susurro hace vibrar
lo insospechado desbordándonos
y resolviéndonos en una ráfaga:
nos vamos en el viento
apresando el minuto en una danza.
Todos los movimientos, ese movimiento;
todos los momentos, ese momento.
Y lo demás…
lo demás es un caracol
que atrapa la voz del eco:
esa locura de vivir y amar
es más que amor frenesí
 
El punto del asombro
 
Parada en el delta de la vida
es otra caligrafía
la que dice de matices y horizontes.
Algo que se inscribe sin márgenes
canta y cuenta:
un ábaco, un rosario, un quipu,
a fin de cuentas
sigue siendo lo que fue
y no lo que se querría ser.
¿Quién trastocó las puertas mientras estábamos reunidos
con la seguridad de que en la redondez del círculo
nos esperaba algún punto del asombro?
¿Quién acercó la lejanía de otros paisajes?
Nadie me dijo vete de esta ciudad mientras puedas,
como le dije a mis hijos mientras preparaba sus maletas.
Nadie observó el titubeo interno mientras sonreía
con el adiós todavía entre las manos.
Nadie avizoró la diáspora
mientras sembraba la semilla.
Nadie tamizó las nubes
sin desplegar las alas.
Vivir es dispersarse,
escribir, es juntar la vida
en apretadas líneas.
 
 
 
 
 
Helia Betancourt Plasencia. Doctora en Lenguas Romances por la Universidad de Pennsylvania. Es autora de varios libros sobre tradición oral y folklore, entre ellos, Cancionero y romancero general de Costa Rica (1999), Cancionero y Romancero de Heredia (1992), La pájara pinta, Antología de la lírica infantil de Costa Rica (1983). Ha dado a conocer sus poemas en diferentes publicaciones, como la revista Salina, de Cataluña, España, que recoge una muestra de su quehacer. En el año 2006, su poemario, Cien al sur de la memoria, fue seleccionado como el libro de poesía del año por el Consejo de la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica, casa editorial que lo publicó. Ahora, en el 2023, en versión ampliada, ha sido reeditado por la Editorial Primigenios, Miami, EE.UU. Los poemas que aparecen a continuación forman parte de este libro.
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