Ernesto Hernández Busto: Quince poemas sánscritos

QUINCE POEMAS SÁNSCRITOS (A PARTIR DE JOHN BROUGH)


Versiones de Ernesto Hernández Busto


Para muchos lectores occidentales, la antigua literatura hindú son sus sagas: los Upanishads y el Bhagavad-gita, el Ramayana o el Kamasutra. Todo un corpus de literatura secular queda así al margen: las antologías de poemas líricos, kavya, escritas en el llamado «sáncrito clásico» y compiladas en la época medieval. No hay muchos estudios sobre esa tradición, que no debería ser exótica ni extraña para Occidente (no más que la Antología palatina, al menos). Estos poemas, cuyas atribuciones autorales deben ser tomadas con pinzas, aparecen en la breve antología Poems from the Sanskrit (Penguin, 1968) hecha por John Brough, uno de esos casos rarísimos de erudito con un gran oído para la poesía. Las suyas son versiones rimadas: trató de reproducir en inglés los sofisticados efectos sonoros de los originales y sus juegos de ingenio. Pero más que al mundo hindú, a veces las traducciones de Brough recuerdan a Donne o a Shakespeare. En su prólogo, también se permite comparar la estrofa sánscrita de 4 versos con el soneto (por su poder de condensación). Lo cual me autoriza, creo, a usar a menudo el endecasílabo en estas versiones de versiones. (EHB)




Ni su rostro es la luna, ni sus ojos
son dos lotos gemelos, ni sus brazos
son de oro puro: sólo es carne y huesos.
¡Cuántas mentiras cuentan los poetas!
Pero, ¿quién no las cree después de amarla?


*   *   *


Si el bosque de su pelo te invitara
a explorar esa tierra, si sus pechos,
esas bellas montañas, a tu mano
tentaran, convertida en montañero;
¡detente antes que sea demasiado
tarde: el amor, ese bandido, acecha!


*   *   *


No necesita ninguna instrucción
en el arte de usar las artimañas
femeninas para ganarse a un hombre:
¿quién enseña a crecer a los estambres
del lirio rojo al que llegó la abeja
por su cuenta, queriendo ser cazada?


*   *   *


Aunque tengo una lámpara, y el fuego,
la luna, las estrellas y el sol que me dan luz,
si la miro fijamente a los ojos
todo se vuelve noche.


*   *   *


La paciencia protege mejor que una armadura.
Mientras tengas la rabia, no busques enemigos.
Con amigos ya tienes cura para el peligro.
¿Por qué pedirle al fuego calor, entre paisanos?
¿Para qué usar serpientes si existen las calumnias?
¿De qué sirve ser rico donde el saber alegra?
Teniendo la modestia, ¿qué otro adorno hace falta?
Y si tiene a la Musa, ¿por qué debe el poeta
envidiar a los reyes?


*   *   *


Puede el alcohol hacer que un hombre olvide
a su madre querida o a su esposa, 
que convierta en palacio la cabaña
donde ha vivido desde que nació.
Que confunda un estanque con el mar
para luego tratar de atravesarlo
como el trozo de tierra que parece.
La estupidez de un hombre muy borracho
no es fácil de medir: nunca termina.
Es capaz de pensar, cuando ha bebido,
que el rey puede llegar a ser su amigo.


*   *   *


Señor, como prohibiste la pobreza
de esta tierra tan justa, es mi deber
avisarte de que esa forajida
ahora está refugiada en mi cabaña.


*   *   *


Más pálida por día, amiga luna,
que no consigues conciliar el sueño 
y te vas consumiendo poco a poco…
¿Es posible que también tú no pienses 
mas que en ella, como pasa conmigo?


*   *   *


Todos los meses la luna se empeña
en hacer la pintura de tu cara;
pero tras fracasar en capturar tu gracia,
destruye su trabajo y recomienza.


*   *   *


Querida mía, si es cierto que me amas,
¿de qué me sirven los goces del cielo?
Pero si no me amases,
¿de qué me sirven los goces del cielo? 


*   *   *


Asoma, luna, tu alardosa cabeza;
ven, ruiseñor, y canta.
Despierta, loto, y despliega tus pétalos.
Ahora que ella, vencidos sus rivales,
duerme en silencio, con los ojos cerrados.


(Bhartrihari)


*   *   *


Las gramáticas dice que la ‘mente’
es de género neutro, por lo tanto
no esperaba correr ningún peligro
cuando fuera mi mente a saludarla.
Y me pregunto, ahora que estoy prendado,
si el tal Panini no está equivocado.


(Dharmakirti)


*   *   *


¿A dónde vas cuando muere la noche? 
A encontrar a mi amado, que lo es todo. 
¿No tienes miedo de caminar sola? 
No estoy sola: mi amor va conmigo. 


(Amaru)


*   *   *


Apresura esos pasos, viajero: tu camino
atraviesa unos bosques infestados de fieras:
serpientes, elefantes, tigres y jabalíes.
El sol se está ocultando, tú andas solo,
y eres tan joven que no puedo hospedarte:
no hay nadie en casa, y soy una doncella.


(Rudrata)


*   *   *


Un libro, una mujer y el dinero prestado
una vez que se han ido ya no vuelven.
Mejor así. Porque a veces regresan
por partes, desgarradas o manchados.

(Anónimo)

Ernesto Hernández Busto (La Habana, 1968) inició estudios universitarios de Matemáticas en Rusia y regresó a Cuba para cursar Letras. Entre 1991 emigró a México, donde colaboró sistemáticamente en la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz e integró el Comité de Redacción de la revista Poesía y poética.
Desde 1999 reside en Barcelona, donde trabaja como traductor y periodista. Ha publicado varios libros de ensayo (uno de ellos, Perfiles derechos. Fisonomías del escritor reaccionario ganó en 2004 el III Premio «Casa de América» y fue editado por Península) así como numerosas traducciones del inglés, latín, italiano, ruso y francés, con especial énfasis en la poesía. Recientemente ha publicado un par de diarios: La ruta natural (Vaso Roto, 2015) y Diario de Kioto (Cuadrivio, 2015); el poemario Muda (Bokeh, 2016; CONACULTA, México, 2016), y tres libros de versiones japonesas: La sombra en el espejo (Bokeh, Leiden, 2016); Jardín de grava (Cuadrivio, 2017; Godall Edicions, 2018) y Hoguera y abanico. Versiones de Bashô (Pre-Textos, Valencia, 2018).

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